Cuando tenías tres meses descubrí que hacías algo que me pareció sorprendente. Tenías tu sonaje doble, con una bolita en cada extremo, la tomabas con tus manos pequeñitas, pero no sólo la sacudías o babeabas, sino que la girabas de una manera simplemente alucinante. La agarrabas por un extremo con una mano y con la otra le dabas un impulso constante chasqueando tu dedo medio y el pulgar. A mí y a todos nos encantaba y por ello creo que no reparábamos tanto en que tú también te absorbías con ese movimiento.
Ya más grande, te sentabas en el piso y hacías girar todo lo que llegara a tus manos: botellas, cubos, pelotas, todo, absolutamente todo se transformaba en un sin fin de vueltas. Luego, cuando te perfeccionaste en el arte de caminar y correr, descubriste que no solo las cosas sino tú mismo podrías girar sobre tu propio eje. Dabas vueltas y vueltas, desviando los ojos en el sentido que rotabas, eso sí que me resultaba preocupante y ciertamente molesto.
Más adelante, los ventiladores empezaron a desplegar su poder mágico sobre ti, acaparaban tu atención, fuera que estuviéramos en casa o en la calle, ellos te capturaban por demasiados segundos que me desesperaban.
Nuevamente, la solución no es tan compleja: ignorar y redirigir. "Braulio, mira un gato." "¿Nos comemos unas galletitas?" "¿Pintamos con crayolas?" A veces logro distraerte con facilidad y a veces cuesta un poco más, pero sé que hay que alejarte con paciencia de aquellas fascinaciones que se empecinan en dominarte.
Nuevamente, la solución no es tan compleja: ignorar y redirigir. "Braulio, mira un gato." "¿Nos comemos unas galletitas?" "¿Pintamos con crayolas?" A veces logro distraerte con facilidad y a veces cuesta un poco más, pero sé que hay que alejarte con paciencia de aquellas fascinaciones que se empecinan en dominarte.
Imagen: Spinning around - Flickr
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